Imaginemos la alarma de una casa. Es útil porque si alguien entra a robarnos, la alarma saltará avisándonos de que existe un peligro y es necesario actuar de inmediato.

Imaginemos ahora que esa alarma salta a pesar de que no haya un ladrón. De repente, empieza a taladrarnos un sonido estridente y aparecen luces rojas por todos los sitios. Nosotros, reaccionaremos pensando y sintiendo que estamos en peligro y que hay que tomar medidas para no sufrir un daño. Sin embargo, como tal peligro no existe, nada de lo que hagamos hará que la alarma deje de sonar.

Para el cuerpo, un pensamiento inquietante, que da miedo, significa «estoy en peligro», y responde de acuerdo con eso aunque estés tumbado/a en una cama caliente y cómoda por la noche. Eckhart Tolle.

La ansiedad es como las alarmas de las que hablamos. Es muy útil porque nos avisa de que existe una amenaza y nos permite poner en marcha recursos para hacerle frente. Sin embargo, hay ocasiones en los que la alarma salta sin motivo aparente y cuando esto ocurre de manera frecuente, al final es la alarma y no el ladrón, la que acaba suponiendo un problema.

También puede ocurrir que conozcamos el detonante de la ansiedad pero esta sea excesiva en relación a lo que la ha generado. Este sería por ejemplo el caso de las fobias, en el que podemos ser conscientes de que la ansiedad ante la imagen de una araña es excesiva, pero no podemos reducirla.

Cuando la ansiedad se instala en nuestras vidas de manera continua  genera mucho sufrimiento, e incluso cuando no está, el miedo a que aparezca nos paraliza. Esto en ocasiones hace que dejemos de hacer actividades de nuestra vida diaria o que disfrutemos menos con las que aún continuamos realizando, generando así un bucle difícil de parar.

Por lo tanto es fundamental  ponernos manos a la obra cuanto antes para descubrir que está ocurriendo en nosotros para que la ansiedad se nos dispare y desarrollar herramientas que nos permitan reducirla.